domingo, 21 de fevereiro de 2016

John dos Pasos


John Dos Pasos (1896-1970), escritor estadounidense representativo de la llamada generación "perdida", o "maldita", cuyas novelas, amargas y profundamente impresionistas atacan la hipocresía y el materialismo de los Estados Unidos entre las dos guerras mundiales y tuvieron una honda influencia en varias generaciones de novelistas europeos y estadounidenses. John Roderigo Dos Passos nació en Chicago (Estados Unidos), el 14 de enero de 1896. Dos Passos provenía de una familia de origen portugués, hijo de un abogado llamado John Randalph Dos Passos, y de Lucy Addison Sprigg, quienes no se casarían hasta 1910, catorce años después del nacimiento de John Roderigo.

Dos Passos viajó con sus padres poco después de su nacimiento por diferentes países, entre ellos México, Bélgica e Inglaterra. Retornó a su país natal y estudió entre 1912 y 1916 en la Universidad de Harvard. Después de concluir su periplo universitario, se marchó a España para estudiar la arquitectura hispanomusulmana. Esta experiencia le sirvió para escribir el libro "Rocinante vuelve al camino" (1922). En Europa participó en la Primera Guerra Mundial como conductor de ambulancias en Francia e Italia. La guerra dejó huella en su personalidad y en su obra, iniciada con la novela "Iniciación de un hombre" (1919).

El éxito le llegó con su segundo libro, "Tres soldados" (1921), corroborado posteriormente con uno de sus títulos clave, "Manhattan Transfer" (1925). En 1929 John se casó con Kate Smith, quien falleció en 1947 en un accidente de tránsito. En 1949 contrajo matrimonio con Elizabeth Holridge, con la que tuvo una hija llamada Lucy.

Dos Passos fue miembro de la denominada Generación Perdida, en donde también se incluyen autores como Ernest Hemingway o Francis Scott Fitzgerald. Su estilo se encuadra en el realismo de la Escuela de Chicago, en el cual se desmitifica el sueño americano desde una gradación expresionista y una tonalidad desilusionada y pesimista.

Además de los títulos citados, sus novelas más significativas son "El paralelo 42" (1930), "1919" (1932) y "El granDINERO" (1936), tríada de novelas que componen la llamada "Trilogía USA". Tampoco son desdeñables "Hombre joven a la aventura" (1939), "El número uno" (1943) y "El gran proyecto" (1949), títulos estos últimos que integran tambíén otra trilogía, la denominada "Distrito de Columbia".
Murió a causa de un fallo cardiaco en Baltimore el 28 de septiembre de 1970. Tenía 74 años.




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MANHATTAN TRANSFER ( el comienzo)

Tres gaviotas giran sobre las cajas rotas, las cáscaras de naranja, los repollos podridos que flotan entre los tablones astillados de la valla. Las olas verdes espumajean bajo la redonda proa del ferry que, arrastrado por la marea, corta el agua, resbala, atraca lentamente en el embarcadero. Manubrios que dan vueltas con un tintineo de cadenas, compuertas que se levantan, pies que saltan a tierra. Hombres y mujeres entran a empellones en el maloliente túnel de madera, apretujándose y estrujándose como las manzanas al caer del saetín a la prensa.


La enfermera, llevando la cesta en el brazo estirado, como si fuera una silleta, abrió la
puerta de una gran sala excesivamente caldeada. En el aire impregnado de olor a alcohol y a yodoformo, ásperos berridos subían en espiral de otras cestas colocadas a lo largo de las paredes verdosas. Al dejar la cesta en el suelo le echó una mirada con los labios fruncidos. El recién nacido se retorció débilmente entre algodones como un hervidero de gusanos.
En el ferry iba un viejo tocando el violín. Tenía una cara de mona, toda torcida de un lado, y seguía el compás con la punta de un zapato de charol resquebrajado. Bud Korpenning, sentado en la barandilla de espaldas al río, le miraba. La brisa le alborotaba el pelo alrededor del borde ajustado de su gorra, y secaba el sudor de su frente. Tenía los pies llenos de ampollas, estaba hecho polvo, pero cuando el ferry se alejó del embarcadero, sintió por todas sus venas un cálido hormigueo.
-Oiga, amigo, ¿hay mucho desde donde desembarcamos hasta la ciudad?-preguntó a un joven de sombrero de paja y corbata a rayas blancas y azules, que estaba en pie junto a él.
La mirada del muchacho subió desde los zapatos deformados por la caminata hasta las muñecas rojas de Bud, que asomaban por las rozadas mangas de su chaqueta, atravesó su delgado pescuezo de pavo y fue a clavarse impúdicamente en sus ojos resueltos, sombreados por una visera rota.
-Depende de adonde quiera usted ir.
-¿Dónde está Broadway ?... Quiero ir al centro.
-Tome usted hacia el este, baje luego por Broadway y llegará al mismo centro si anda un trecho.
-Gracias. Eso haré.
El violinista recorría la multitud, tendiendo su sombrero, y el viento agitaba mechones de pelo gris en su calva raída. Bud le vio volver hacia él su rostro triste, con dos ojos negros como cabezas de alfiler, que le miraban fijamente.
-Nada -dijo con aspereza.
Y se volvió a mirar la inmensidad del río, brillante como un cuchillo. Los tablones del embarcadero se unieron, crujieron al choque del ferry. Hubo un rechinar de cadenas, y Bud fue arrastrado por la multitud muelle adelante. Salió por entre dos vagones de carbón a una calle polvorienta por donde pasaban tranvías amarillos. Las rodillas le empezaron a temblar. Hundió las manos hasta el fondo de sus bolsillos.
Entró en un figón antes de la esquina. Se instaló con dificultad en una banqueta giratoria y se puso a estudiar con cuidado la lista de precios.
-Huevos fritos y un café.
-¿Vueltos?-preguntó un hombre pelirrojo que detrás del mostrador se limpiaba con el delantal sus brazos gordos llenos de pecas.
-¿Qué?-preguntó Bud sobresaltado.
-Los huevos, si los quiere usted vueltos o con la yema encima.
-Ah, sí, vueltos.
Bud se dejó caer de nuevo sobre el mostrador, con la cabeza entre las manos.
-Mala cara trae usted, amigo -dijo el hombre cascando los huevos en la grasa chirriante de la sartén.
-Vengo andando desde el norte del Estado. Esta mañana anduve quince millas.
El del mostrador lanzó un sonido silbante entre dientes.
-Y viene usted aquí a buscar trabajo, ¿eh?
Bud hizo un signo afirmativo con la cabeza. El otro echó los huevos crepitantes en un plato que empujó hacia Bud después de poner un poco de pan y mantequilla en el borde.
-Voy a darle un consejito, amigo, que no le costará nada. Antes de ponerse a buscar, aféitese, córtese el pelo, cepíllese el traje, que está lleno de pajas. Así le será más fácil encontrar algo. En esta ciudad lo que cuenta es la facha.
-Yo puedo trabajar como cualquiera. Soy un buen trabajador -gruñó Bud con la boca llena.
-Le digo a usted que eso es todo -replicó el pelirrojo.
Y se volvió a su hornillo.

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