sábado, 30 de dezembro de 2017

Del genial Angel Zapata

A SIMPLE VISTA, DETECTA UNA EROSIÓN EXTRAORDINARIA

Un llanto en hilachas sale por todas las chimeneas, le hacemos descender sirviéndonos de espejos, le tomamos el pulso, tiene un pulso normal. “Se cansará, antes o después se cansará”, dice la gente de corazón duro. Pero no, no se cansa, más bien sucede lo contrario. El llanto trepa por las fachadas, envenena el azúcar de las despensas, al final recurrimos a la máquina de empaquetar ojos de vidrio y no hay forma: no puede con él.

El tiempo pasa. Poco a poco se obliga a los niños a llorar desde más dentro. “Desde mucho más dentro”, les decimos.

(Y luego, en voz muy baja: “así, así”…).

De manera que el llanto, un día, no desiste del todo pero reagrupa sus hilachas, se vuelve elástico, somero, es un llanto que por fin se nos parece, un guijarro lo bastante plano rebotaría por su superficie.

Y rebota.

Es así como ocurre. Las chimeneas se derrumban. La altura deja de latir. El guijarro rebota. Luego se hunde. Y en el instante en el que toca fondo, la Tierra se cubre de helechos.

Ya está, ya hay millones de helechos.

Y de no haberlos, el desenlace cambiaría poco.

Siempre es lo mismo: no imaginamos la aspereza, para qué. A las rocas que de un modo inevitable se adhieren al cuerpo les damos nombres de ciudades, las aplacamos, decimos: “la roca Atalaya”, “la roca Puerto”… Pero esto lo hacemos maquinalmente, lo hacemos sin pensar: si un día se tratara de pensar no haríamos nada.

(Cuento perteneciente al libro Materia oscura, de Ángel Zapata, Editorial Páginas de Espuma)

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