Max Ernst Pietschmann
Hasta que llamó caballo
al caballo,
los cascos no dejaban rastro sobre la tierra,
las crines no se habían inventado,
la gracia y la rapidez no iban unidas en matrimonio.
Hasta que llamó vaca
a la vaca,
nadie durmió de pie,
nadie miró a través de unos ojos opacos,
y la comida se masticaba una vez sola.
Recién después de que llamó pez
al pez,
la luz le puso a la piel
aceite amarillo y plata,
revelándose bailarina
y campeona mundial de salto,
así
tuvo que llamar amor
a la mujer,
antes de poner el conocimiento
de quién era, con sus manos chiquitas.
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