Juan Blanco (Sevilla, 1928/ es, sin duda, el último griego
vivo. Griego en el sentido germinativo en que lo fueron los
presocráticos y Aristóteles. Su vida es una prolongación
natural del hecho de leer, vale decir de escuchar; de ahl
que su asentamiento vital. su lugar en el tiempo, esté regido
por la conversación, por el hecho inapresable de
hablar; no tiene limites, por tanto, y escapa a las categorias
de la realidad. Es imposible imaginar a Juan Blanco sin
algún interlocutor; sin embargo, como Sócrates, evita la
vida pública, y su regimen es una existencia determinada
por la función lógica de las palabras. Pero este formidable
pedagogo sin normas ni leyes, este ágrafo con vocación
de texto, alto, casi gigantesco, de andares lentos, fumador
incansable, a quien el humo le recubre de irrealidad, reclina
siempre su noble cabeza, digna de un personaje de
saga islandesa, y en su compañia, al lado de su palabra, se
siente la inminencia de un orden que hace más habitable
el mundo y que otorga a quien le escucha la dignidad de
estar vivo, más que por los pulsos de la sangre, por la pulsi6n
del habla. Juan Blanco es un sabio, en el sentido lato,
y también sublime, del término; alguien que lo sabe todo,
cuyas respuestas no son nunca consignas, sino el acceso a
una mejora de la condición humana. lo ha leido todo,
pero siempre vuelve a Aristóteles, a la ciudad de Atenas, a
aquellas calles que originaron el milagro griego y toda la
cultura de Occidente.
l.
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