Apaciblemente, envuelto en el tibio clima de serenidad codiciada,
sintió la liviandad de su muerte artificial y diaria.
Se hundió en una amable geografía, en un mundo fácil, ideal;
un mundo como diseñado por un niño, sin ecuaciones algebraicas,
sin despedidas amorosas y sin fuerzas de gravedad.
Gabriel García Márquez.
Ojos de perro azul, La otra costilla de la muerte.
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